Lo reconozco. Con los años me he vuelto muy mentirosa. Esta sociedad en la que vivimos que disfraza el sentimiento de culpa en norma social, ha provocado que con los días me acoja a la costumbre del...
¡Todo bien, gracias!!
Porque no nos engañemos. Todos mentimos y lo hacemos con condición social. Junto a la demanda creciente del positivismo y de las formas más resaltables de expansión trascendentalista, no hemos dejado ese necesario hueco para la sinceridad, para la honestidad o simplemente, para el desquite personal. A esa tan manida y trillada pregunta: "¿Cómo estás?", seguimos respondiendo: "¡Bien!". Y este es el peor ejemplo que podemos estar brindando a la generación por educar. Lo que ellos ven en nosotros: mentirosos emocionales.
Cuando las mentiras piadosas se convirtieron en adaptativas...
Alguna vez hemos hablado de la teoría de Paul Ekman y las microexpresiones faciales. Según este conocido catedrático de psicología por la facultad de San Francisco en Estados Unidos, las emociones, por su alto componente genético se traducen en nuestra apariencia por mínimos gestos faciales que son universales y han existido en miles de años de evolución. Arrugar la nariz en gesto de desagrado, abrir mucho los ojos y la boca en señal de sorpresa o sonreír en caso de estados emocionales alegres son algunos de los gestos que empleamos a diario hombres, mujeres y niños de todos los tiempos, culturas y razas.
Bien. Pues según Paul Ekman, tenemos hasta 17 tipos de sonrisas de las cuáles más de la mitad son falsas. Tremendo dato. Y esto no es exclusivo de los actores o modelos, de las personas que viven de su imagen, en general. No. Estas sonrisas falsas las tenemos todos y cada uno de nosotros.
¿Qué lectura podemos hacer de esto? Pues simple y llanamente, que falsear nuestra sonrisa es una conducta que nos ha ayudado como logro adaptativo, motivo por el cual está presente en todas las culturas y civilizaciones que han poblado el planeta. Por más absurdo que parezca, algo tan simple como una sonrisa fingida ha sido valioso para que nuestra especie lo integre en su código genético. Esto resulta escalofriante. Nos hemos adaptado a mentir en relación a lo que debiera ser por norma, un proceso natural y sincero. Mentimos emocionalmente.
Evidentemente, este es un logro que está a favor de mantener nuestra neutralidad, la ausencia de emoción. Algo realmente difícil, pero un patrón repetitivo sin embargo. Para ocultar cualquier tipo de emoción, el camino más fácil es la sonrisa, el aquí no pasa nada. La sonrisa en este caso actúa como máscara que esconde el auténtico sentimiento. No es de extrañar que sea precisamente la sonrisa uno de los primeros hitos que alcanzan los bebés, pues esta no deja de ser una conducta que para nada es sincera, sino que se aprende como síntoma de relación social con el entorno.
La auténtica sonrisa, la verdadera, la de Duchenne (descubrimiento del doctor francés Guillaume Duchenne por el cual recibe este nombre en base a sus estudios de las microexpresiones faciales en el S. XIX), se muestra cuando nuestro sentimiento es verdadero y no podemos evitar la contracción de músculos faciales que deforman nuestro rostro, que elevan las mejillas y arrugan la mirada. Es el síntoma inequívoco de que mostramos una conducta sincera y acorde con nuestros sentimientos. Pero en nuestro empeño por acomodarnos a la norma social, como empiezo resaltando es esta entrada, nos transfiramos en especialistas de la mentira emocional hasta tal punto que en muchas personas nos cuesta reconocer cuál es su sonrisa social y cuál la auténtica. AQUÍ, te mostramos un test en el que puedes practicar tu destreza reconociendo este tipo de sonrisas por cortesía de ANÁLISIS VERBAL, el blog de CÉSAR TOLEDO.
Aprendizaje emocional por influencia del entorno.
Los más pequeños aprenden en la mayor parte de los casos por imitación. Aunque recientemente los estudios aseveran que existe un alto componente genético en los estados emocionales que influye en la conducta aprendida, lo habitual es que el ambiente influya sobremanera en el aprendizaje de las emociones. Si yo como adulta estoy constantemente forzando una sonrisa, diciendo que todo va bien o simulando una fortaleza social para que nadie se preocupe por mí; el niño que me observa como es lógico aprenderá que esto es lo que hay que hacer y normalizará este tipo de conductas.
En numerosas ocasiones, como adultos analfabetos en la educación emocional que somos, nos creamos islas en las que enterramos nuestros sentimientos. Pero en la actualidad y al amparo de las investigaciones relacionadas con las inteligencias intra e interpersonales, sabemos que es necesario sacar afuera, verbalizar las emociones, expresarse desde la realidad.
Nuestra sociedad llena de hipocresía nos va moldeando en un comportamiento que traspasa el ADN. Todas las conductas que tomamos como normales se estandarizan y se transmiten de padres a hijos no sólo desde la cultura sino también a través de la genética. Por este motivo es necesario y cada día más, verbalizar las emociones y sentimientos. Hablar con los más pequeños sobre cómo nos sentimos sin tapujos ni mentiras, reconociendo cada emoción sin prejuicios es no sólo el mejor aprendizaje, sino también la mejor herencia.
Emplear un modo de comunicación sano está en nuestras manos, recordando siempre que somos el espejo en el que se reflejan nuestros hijos, nuestros alumnos, e incluso aquellos a quienes se ha educado sin el desarrollo en una competencia emocional. Y aunque no resulte fácil luchar contra una genética preponderante, somos seres que aprendemos y evolucionamos muy lentamente, pero adaptándonos a un entorno en constante cambio; así que sin lugar a duda, podemos mejorar nuestro mensaje al mundo y mentir un poco menos cada día por el bien común.
Una mentira nunca vive hasta hacerse vieja.
Sófocles.
1 comments
Gracias excelente compartimento
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